miércoles, 11 de abril de 2007

Berlín

Berlín es una ciudad atravesada por la ficción. Allá por donde uno vaya encuentra en las calles la huella del muro, una larga y ondulada línea sobre el asfalto que como una cicatriz parte la ciudad en dos. La primera impresión del viajero es la incredulidad. ¿Cómo es posible que durante tanto tiempo un muro gris y escuálido separase en dos al zoo humano? Sólo la ficción puede explicar semejante cosa: la creencia infundada de que había alemanes de dos tipos, berlineses socialistas y berlineses capitalistas. Fue una creencia inducida naturalmente por las élites políticas para preservar su poder. Una creencia mantenida por la amenaza latente de las armas. Que no había convicción lo muestra la historia de los intentos por saltarse el muro, siempre en la misma dirección. Un centenar de personas perdieron la vida, sólo en Berlín, al intentar franquearlo. Más de 200 resultaron heridas de bala y 5.000 lograron cruzar a Occidente. La última víctima, Chris Gueffroy, ametrallado cuando pasaba a nado, tras cruzar el muro, el canal que atraviesa la ciudad, el 6 de febrero de 1989, nueve meses antes de que el muro fuese derribado por la multitud. No se tienen noticias de que algún occidental quisiese vivir en el descascarillado Berlín Este.

Después de 18 años las dos ciudades se aguantan sobre los andamios de la antigua diferencia. Nada impide atravesar la divisoria, pero cada vez que uno la atraviesa tiene la impresión de saltar al otro lado. Los barrios, las casas, la iluminación, las tiendas, el decorado, la propia gente mantienen la vieja ficción. Agua y aceite. La parte Este está llena de eriales, de desconchados, de edificios herrumbrosos esperando un Florentino que la transforme. El otro lado por el contrario muestra el espejismo del vidrio, el acero y el hormigón, la frialdad germana supone uno. La herencia arquitectónica de la Bauhaus, frente al colorido mediterráneo de Le Corbusier, dentro del mismo estilo, de otros pagos. Sin embargo una multitud de turcos, alemanes, africanos y europeos de diverso origen vagan por las calles de esta ciudad, tan extensa como una ciudad del otro lado del pacífico, con indiferencia y en aparente armonía. Sólo al atardecer cuando el transporte urbano redistribuye a la gente se observa que la divisoria urbana también es una divisoria social.

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Sol LeWitt. Tras la 2ª GM el expresionismo abstracto triunfó en EE UU. Durante muchos años las pasiones y sentimientos del artista se exhibieron como el valor dominante en el arte. Sin dejar la abstracción, el minimalismo de gente como Sol LeWitt volvió los ojos hacia Cezanne y el cubismo. Las formas son planos, volúmenes, geometrías y se pueden producir impersonalmente, sin implicación del artista. El cubismo presentó esas geometrías elementales a través de la pintura. Sol LeWitt prefirió la plástica de la escultura, módulos de colores que se repiten. Él concebía las formas y otros las ejecutaban. Lo importante está en la mente, no en la mirada, decía. Acaba de fallecer este fundador del arte conceptual.


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