Si el filósofo esloveno Zizek viese este interrogante me odiaría. Paradójicamente es él quien lo ha provocado. Un ejemplo del estilo brillante pero artero, paradójico y confuso de Slavoj Zizek es el artículo que ayer publicaba en EP sobre la tortura. Con esa habilidad que tiene para mezclar lo popular, el cine, la música, con los temas de actualidad y los presupuestos filosóficos, a partir de la populista referencia a Guantánamo exhibe su posición dogmática, de raíz leninista, para restablecer la prohibición de debatir sobre determinados temas. Por ejemplo el de la tortura. A partir de un caso particular, la confesión de Jalid Sheik Mohammed, atribuyéndose todos los crímenes, probablemente obtenida “con técnicas mejoradas de interrogación”, impugna la tortura por inmoral, ilegal e inútil, pues ¿qué juez aceptaría esa confesión obtenida bajo tortura? Así que ese hombre se irá de rositas. ¿Quién no estaría de acuerdo en condenar y erradicar la tortura del mundo en general y de los países civilizados en particular? Pero existen las situaciones límites. Imaginemos un preso etarra “que sabe algo” y que sometido a un interrogatorio adecuado dijese lo necesario para salvar vidas. Zizek en la urgencia del momento actuaría, pero no elevaría ese caso a principio universal (permitir la tortura al Estado). ¿Por qué?, porque si existiese una norma al respecto exoneraría de culpa al interrogador y todo hombre debe responder ante su conciencia. Zizek odia más a quienes se atreven a debatir sobre temas que como éste deberían estar prohibidos (si se tiene que hacer que se haga sin hacerlo público, viene a decir), que a quien se atreviese a defenderla abiertamente. Este último no es peligroso porque está derrotado de antemano ante la opinión pública, aquel sí, porque cualquier debate es insidioso. Esa es la filosofía de Zizek, una filosofía que no cree en el diálogo (desdeña por ejemplo los diálogos platónicos en cuanto diálogos, pues no son tales), dogmática, axiomática. Dice que no lo debemos saber, porque si lo sabemos se nos hace cómplices, se nos corrompe, se destruye nuestra sensibilidad moral espontánea. En la sociedad hay cosas que deben permanecer ocultas. La paradoja de Zizek consiste en repudiar la supuesta tortura aplicada a Jalid Sheik Mohammed en Guantánamo, por haber sido hecha pública, pero de estar oculta al debate no habría tal repulsa. Sin embargo, en la sociedad abierta no puede haber supuestos morales que no se discutan, tampoco hechos que deban quedar a oscuras (como el GAL, por ejemplo). Cada uno de los ciudadanos es libre y responsable y como tal asume riesgos. Claro que debe debatirse. Debe definirse qué es la tortura. No es lo mismo la tortura que el interrogatorio, debe establecerse una frontera entre ellos, y esa frontera debe establecerla el debate público. Por eso estamos opinando sobre la situación en Guantánamo y el mismo Zizek habla de la confesión de Mohammed. La conciencia moral y la ley son resultado del debate colectivo, en ese debate se conforma también la conciencia individual. La ley es fruto del consenso (sociedad democrática), no del tabú (sociedad patriarcal, que Zizek parece añorar). El debate es lo propio de las sociedades libres por oposición a las cerradas o totalitarias en las que las acciones del Estado quedaban en tinieblas.
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