El cielo estaba cubierto al comenzar el día, pero apenas han caído unas gotas. La ruta ha seguido el sube y baja de la geografía rural gallega, senderos que van pasando por pequeñas aldeas, por entre rios y vegetación crecida. Infinidad de peregrinos a pie, tantos que al final hemos decidido coger la carretera para no molestar.
Pasamos por el Padrón de los pimientos - no probados -, la Iria Flavia de Cela - hemos saludado desde la bici su casa museo - y el Santuario de la Esclavitud, donde he recordado la historia del peregrino salvado de 'la esclavitud de la enfermedad' por la Virgen,
porque yo mismo estoy en una situación de esclavitud con respecto a los chinches que cogí en la Pousada de la Juventude de Viana do Castelo, que desde entonces me han acompañado: tengo los brazos, piernas y cuello acribillados. Cosas del camino.
La llegada a Santiago es dura por la pendiente. Aún así hemos llegado temprano, lo suficiente para encontrar habitación en la hospedería del Martín Pinario, el sitio que más me gusta para hospedarme en Santiago. Lo he hecho siempre que he podido.
Una multitud llega durante el día a la ciudad. Abrazos, gritos de alegría, bastones al aire, fotos y una enorme cola para entrar en la catedral. Nunca la había visto tan grande.
Es la primera vez que veo la fachada del Obradoiro luciendo espléndida, bruñida por un sol apenas velado por nubes ligeras. Paseamos por aquí y por allá sin la emoción de la vez primera. En el comedor de la hospedería, grupos numerosos, que han culminado su peregrinación, lo celebran entusiastas.
La mala noticia es que para mañana no tengo billete de bus. Planeamos hacer una etapa más hasta La Coruña, pero no nos salen las cuentas. Al final, Ani tiene billete para mañana, yo tengo que sacármelo para el lunes. Tendré que gastar un día más en Santiago, una ciudad de la que no hay secretos que me interesen, o eso creo.
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