Los productores de esta película podrían haber optado por la ficción tout court. Han preferido convertir en protagonista a una mujer real aunque sobre ella hayan creado una ficción. Maixabel fue esposa de un asesinado por ETA, Juan Ramón Jáuregui, también fue directora de la oficina de víctimas del terrorismo del Gobierno Vasco. El llamado colectivo de víctimas del terrorismo es amplio y las opiniones diversas. La opción de Maixabel de acudir a encuentros con los asesinos no es mayoritaria dentro de ese colectivo. Los productores podrían haber escogido como protagonista por ejemplo a la viuda de Fernando Múgica, también asesinado. No lo han hecho, ni siquiera han dado opción en la película a las tesis de la viuda de Mújica.
De entre todas las actitudes del grupo de víctimas los productores han escogido una posición minoritaria para convertirla en la conducta buena, ejemplar, en la que el resto de las víctimas deberían reconocerse y la sociedad entera apoyar. La convierten en espectáculo del bien, pues hace buena, santa, a la víctima que se ofrece a dialogar con el 'victimario', y a este lo redime, y la pone como contraste frente a otras actitudes. (Qué diferente de la reciente serie británica Condena/Time).
En la construcción de la ficción que es esta película, un relato que pretende que creamos que los hechos sucedieron tal como se nos cuentan puesto que hay nombres propios de la vida real, hay una serie de líneas de diálogo concebidas para conducir al lector mediante la emoción hacia el modo correcto de pensar sobre el asunto. Maixabel le dice al asesino de su marido, en una escena, que preferiría ser su madre, la madre de un hijo vivo antes que ser ella misma, viuda de un hombre asesinado, a lo que el asesino responde que él preferiría ser Juan Mari el asesinado y no él mismo, el asesino. Todo ello dicho por actores con el alma puesta en la boca dulce y en los ojos acuosos. "Es reconfortante, es un arrepentido de verdad, es muy raro, es como decir que se acabó", dice emocionada, en otra escena, la actriz Maixabel a su hija actriz en la conversación posterior al primer encuentro de la viuda de Jáuregui con el asesino. Y como broche, Maixabel y asesino rebeldes se saltan la prohibición de que los encuentros se sigan celebrando en la cárcel acudiendo al piso particular que pone la mediadora.
La toxicidad de esta película y de la política bajo cuyo presupuesto se crea reside en el uso de las emociones para torcer la voluntad y el entendimiento hacia el conformismo que pretende avalar. Sucedió, están arrepentidos, me reconforta. Cerrar el foco sobre este caso particular. No abrirlo sobre el conjunto de las víctimas que no están de acuerdo con esta ilusoria solución. No interrogar sobre el mal hecho, no solo sobre los asesinados y sus familias sino sobre la atmósfera de sumisión a la que han sometido a una parte de la sociedad en la que se asienta el poder continuado del nacionalismo, un poder nada benigno que somete a la mayoría indefensa de la sociedad. Eso hace la película. ¿Pone fin el arrepentimiento al dolor causado y a la atmósfera de opresión social o al contrario la aceptación significa consentir en las consecuencias de los asesinatos, en la conformación de una sociedad nacionalista? El caso no es Maixabel sino quienes han urdido el plan de propaganda, no los guionistas y directora de esta película, mandados benevolentes, quiero creer, sino quienes llevan años intentando conformar un consenso del que la parte mayoritaria y más débil de la sociedad queda excluida.
Hablando crudamente la propaganda consiste en dar por bueno el estado actual de la sociedad vasca y del dominio que sobre ella ejerce el nacionalismo y a su vez legitimar el pacto de quienes dirigen ahora el Estado con el nacionalismo, en mutua connivencia/conveniencia, a costa de la parte de la población cuyas necesidades y sentimientos no solo no se tienen en cuenta sino que se consideran un freno en el avance ¿hacia dónde?
Hacia la sociedad que emerge entre pechos henchidos y lágrimas en la escena final, en la canción de reconciliación que entonan al unísono los amigos de Maixabel y el asesino. Una reconciliación en euskera, he ahí la vía. ¿Reconciliación o claudicación? ¿A quién se pide que claudiquen? ¿Quiénes son los perdedores? ¿A qué sociedad se les invita?
A una sociedad en la que cuando un asesino cumple condena y vuelve el pueblo sale a recibirlo con todos los honores, con fanfarrias, txistus y tamboriles, banderas y canciones y niños de la mano, donde manda un gobierno nacionalista que ya tiene a su cargo las prisiones de su comunidad, donde cumplen condena los asesinos y que al hacer las cuentas del gasto de mantenimiento, que para el Estado eran 23, descuentan ahora del cupo 70 en lugar de 23 millones. Han hecho de esta película un acontecimiento, un acto de propaganda política.
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