jueves, 30 de septiembre de 2021

Dune

 


Hice caso al director Denis Villeneuve y me fui al cine a ver esta película. Escogí un cine de pantalla gigante sonido envolvente y una butaca que se reclina y se convierte en litera mullida con reposavasos y tabla giratoria para poner el recipiente gigante de palomitas. El director tenía razón, esta película está hecha expresamente para un público que se siente cómodo en ese ambiente. La película es enfática como el tiempo que nos ha tocado vivir. No hay en ella un gramo de realidad y su fantasía es vacua, ninguna posibilidad de proyectarla sobre las vidas de quienes tienen la Coca-Cola y las palomitas como bienes de primera necesidad. Todo en ella es desmesura: enorme gigante apoteósico son adjetivos que los productores ponen en acción para que los números de las cuentas corrientes de quienes se acercan al cine disminuyan, mediante contactless -ya no hay taquilleras en los cines- en proporción inversa a las suyas.


Dune es una película basada en los libros de Frank Herbert que ya llevó al cine, en los años 80, David Lynch. Los desiertos los gusanos que los pueblan las naves que los sobrevuelan las batallas todo está concebido para crear impacto, como las fallas, como los fuegos de artificio que inauguran Olimpiadas. Sin embargo no hay nada en ella que no estuviese imaginado con anterioridad en las sagas de la literatura occidental. En eso se parece al repelente mundo wagneriano, pero si este ya era copia el de Herbert y Villeneuve es copia de copia de copia. Si en la epopeya griega la retórica enfática estaba al servicio de las emociones primarias de los hombres -Príamo suplicando a Aquiles que le devuelva el cuerpo de su hijo Héctor para poder enterrarlo honorablemente- aquí no hay emociones identificables sino puesta en escena, es decir, focos potentes, paisajes recreados por la IA, vestuario, maquillaje, escenografía. La potente industria de la recreación se ha detenido en la imaginación de Homero, incapaz de servirse de la de Sófocles. Es por eso que no necesitan actores capaces de expresar almas torturadas, sino cuerpos que se acoplen a las geometrías armónicas que crean los algoritmos de producción y rostros que admitan el maquillaje y reflejen del mejor modo la luz que se les envía para que la recojan las cámaras.


Eso sí, hay los suficientes toquecitos de época para mantener la mente del palomitero alerta y fijarle las cadenas: breves menciones ecológicas y un laboratorio subterráneo de plantitas verdes bajo el desierto; la inminente amenaza de un sol catastrófico; el colorido de las razas exhibidas en un catálogo cuidadosamente diseñado -nunca Hollywood fue tan racista-, la lucha entre rebeldes ingenuos y bienintencionados contra malvados organizados en jerarquías. Curiosamente, quizá se les haya escapado, también en el lado del bien hay jerarquías y el Mesías o El Mahdi que esperan es hombre y blanco y las mujeres organizadas en cofradía que lo apoyan, brujas. (Me temo que el brevísimo papel que han adjudicado a Bardem no ha sido para poder expresar algo, que no hace, sino porque en el catálogo de razas da muy bien el tipo hispanoárabe). Hay una guinda. Al horripilante malvado monstruoso sumergido en una charca de pestilentes vapores carboníferos se le hace decir que ha llegado la hora de exprimir a tope el beneficio controlando el mercado de la sustancia dopante. Hasta tal punto llega el cinismo de los productores.


Así que tiene razón Denis Villeneuve. Incluso reproduciendo en casa las condiciones de las nuevas salas de cine, pantalla gigante y palomitas incluidas, quién podría permanecer sentado delante del televisor durante 2 horas y 35 minutos sin levantarse para abrir la ventana y tomar aire o para hacer una micción, cuando la unidad de medida es un tiempo en un partido de fútbol (45'). Los productores saben, como lo saben los políticos, que hay un público que ha sido adiestrado mediante el consumo de sustancias dopantes -en la peli, la especia que las cosechadoras recolectan en la superficie del desierto; en la tele, los programas basura- para volver a las salas -o al colegio electoral cuando toque-, contactless mediante, para derramarse en las butacas ergonómicas y ver la segunda y la tercera parte de Dune cuando lleguen. Ya están en ello.


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