viernes, 26 de julio de 2019

Big Little Lies 2



Big Little Lies es una comedia inteligente que evoca el espíritu de esta época. En la primera temporada afirmaba el feminismo, la distinción de género, la diferencia con el hombre, una afirmación jubilosa, un canto positivo de la diferencia. Había problemas en la relación entre los géneros, serias dificultades, incluso violencia verbal y física, pero todo ello se veía como un canto a la vida, la parte positiva alegre efusiva jubilosa de cualquier rebelión que comienza. Contribuía la belleza de las cinco protagonistas, el ritmo vivo de las escenas, la música que las acompañaba, especialmente la música. Era juvenil. Las cinco mujeres son amigas, su amistad es tan potente que forma una entidad aparte, superior a sus circunstancias particulares, tanto que cuando la temporada se cierra con la muerte del machista las cinco se conjuran para atribuirla al grupo.

La segunda temporada parte de ese hecho, de la conciencia de grupo y de la muerte en que están implicadas. Cada uno de los siete capítulos comienza con el recordatorio. Pero la voluntad de los guionistas es de diferenciarlas, cada una es mujer a su modo, cada una tiene una relación problemática con un hombre, hombres ahora cambiados, domados podríamos decir, blandos, dispuestos como esponjas a asumir su nueva condición. Ya nada es igual, el hombre y la mujer que han nacido tras la revolución feminista nada tiene que ver con los viejos roles, han de aprender nuevos comportamientos, nuevos modos de ser. Pero si en la primera temporada el animal a batir era el tradicional hombre machista ahora se le combate en el interior de la mujer que sigue conservando la tradición, los viejos roles. El juego dramático que toda serie necesita está ahora representado en dos mujeres que asumen o defienden el viejo estatus: Meryl Streep es la madre del hombre muerto que como abuela reclama la custodia de los dos gemelos aduciendo que su madre es inestable y un mal ejemplo para ellos. Las dos se enzarzan en una disputa judicial. La otra es la madre de una de las protagonistas, postrada en cama en un hospital, donde la hija recuerda una infancia con violencia. En paralelo hay otras historias menores: la mujer infiel que no quiere perder a su marido y el esfuerzo de ambos por reconciliarse; una mujer violada que se esfuerza por superar el trauma en compañía de otro hombre, y otras dos mujeres que se dan cuenta de que el hombre con el que viven no es el que les conviene. En la serie hay mucho más que eso, hay diálogos inteligentes, las mismas breves escenas a ritmo vivo, música, madres con niños y, sobre todo, el intento de desenredar la dialéctica de nuestro tiempo entre el yo indiferenciado y sin embargo necesitado de afirmación y el nosotros que, como el dios de nuestro tiempo, exige sumisión. Esta época se está construyendo de modo muy distinto a la que venía de la liberación sexual de los 70. Como en todo cambio algo se pierde y algo se gana. La condición sexual, la relación de pareja, la familia, los niños está en movimiento sin saber aún cómo se va a fijar. La serie trata de todo eso. Una gran serie.


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