miércoles, 18 de mayo de 2016

Fúsi, La Bruja y Un hombre perfecto



        Un Fúsi, un hombretón inverosímil, que vive con una madre desprejuiciada y algo salaz, que trabaja en el mantenimiento del aeropuerto, que es objeto de burla por parte de sus compañeros, aficionado a reconstruir las grandes batallas de la 2ª GM, se enamora. Para él es un hecho excepcional porque nadie daría dos duros por él. Pero la mujer de la que se enamora también tiene sus problemas.

         En La bruja, una familia de puritanos, expulsada de la colonia por su rigor religioso, se refugia en la linde del bosque. El padre, tan exigente espiritualmente como inhábil para atender a las necesidades materiales de sus cinco hijos, lleva a la familia al borde de la extinción. El extremismo religioso, alimentado por la austeridad material, crea figuras deformes, monstruosas.

         En Un hombre perfecto, un joven escritor, incapaz de producir una obra valiosa, topa por casualidad con el cuaderno de un antiguo soldado de la guerra de Argelia que acaba de fallecer. Se lo apropia y lo convierte en una novela de éxito. Pero tan pronto como alcanza la cima –se casa con una mujer tan inteligente como rica, hija de la alta burguesía- comienza a desmoronarse: un conocido del soldado muerto lo chantajea, la editorial lo apremia para que una segunda novela justifique los generosos anticipos.

         La islandesa Fúsi está contada al modo minimalista del actual cine nórdico, palabras justas, elusión de adornos, sin subrayados, con un lenguaje que linda la poesía.

La bruja          En la americana La bruja, los referentes también son nórdicos, más antiguos, Dreyer en particular, imitando el depurado lenguaje cargado de simbolismo, con fríos y depurados escenarios hasta la abstracción, los paisajes donde se mueven los personajes, filtrando el color de modo que parece que esté rodado en blanco y negro.

         En Un hombre perfecto el montaje es más convencional, buscando un clasicismo no austero. Aquí el modelo es Hitchcock, con primerísimos planes de objetos significativos y personajes llevados a callejones sin salida que ponen al espectador con el alma en vilo.

         En Fúsi las palabras apenas cuentan, el director prefiere filmar paisajes, gente, movimiento. Es la suma de todo lo que va creando la atmósfera poética en la que Fúsi, el protagonista, parece abandonar la pena por una posible redención.

         En La Bruja, los diálogos, sacados literalmente de los textos de una época que creía en la realidad de las brujas y en su dominio sobre los hombres, son los que determinan la evolución hacia el desastre.

El hombre perfecto          En Un hombre perfecto el juego de las palabras, la literatura, es el mcguffin de que se vale el director para construir una historia de suspense.


         Tres buenas películas, pues, la primera nos abduce hacia la compasión, acompañando a Fúsi en el camino de la pena al calor del encuentro emocional. La segunda nos enfría hasta el horror, recorriendo el camino inverso, hacia el vaciamiento de humanidad de los personajes. En la francesa disfrutamos del cine sin más, sabemos que es un artefacto que suspende preocupaciones o juicios morales, que no tiene que ver con los sucesos del hombre común, cosa que sí ocurre con las otras dos.

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