
Javier Reverte en su biografía de Pedro Páez, pues biografía
es Dios, el diablo y la aventura, sitúa el contexto en que discurrió la
peripecia del jesuita castellano que había nacido en Olmeda de la Cebolla, hoy Olmeda
de las Fuentes, en la provincia de Madrid. Habla de los años finales del XVI y
comienzos del XVII, del comienzo de la decadencia Castellana con el final del
reinado de Felipe II y el comienzo del de su hijo Felipe III, de la figura de
Ignacio de Loyola y la fundación de la Compañía de Jesús, de su trabajo por
hacer atractivo, mediante el estudio y la persuasión, el catolicismo tras el
Concilio de Trento, de la organización de misiones para convertir al
catolicismo al mundo entero, señaladamente el oriental en las zonas del imperio
portugués, entre ellas, la misión en Goa, en la costa occidental de la India,
donde los jesuitas establecieron una importante base.

Javier Reverte sufre el síndrome del biógrafo, la abducción
por su biografiado. Pedro Páez no fue sólo un aventurero que con parcos medios
llegó a las fuentes del Nilo Azul, ni el estudioso que en su libro, Historia
de Etiopía, dio cuenta de flora y fauna que en Europa se desconocía, ni el
inverosímil arquitecto que construyó el primer palacio de piedra, y la primera
iglesia, para un emperador etíope, fabricando las herramientas y formando a los
artesanos necesarios, además, con su bondad supo seducir al emperador y a su
corte y convertirlos a la fe católica, un santo con todas las letras, aunque
toda su labor se vino abajo tras su muerte, debido a la impericia de los
jesuitas que le sucedieron en las misiones de Etiopía. Quedan sin embargo
cuestiones de difícil debate, pasados cuatro siglos: la esclavitud de la que
los propios jesuitas se sirvieron, las condenas a muerte que el amigo emperador
ordenaba, el expolio de tierras para adjudicarlas a las misiones, las
ejecuciones y matanzas que consintieron en nombre de la verdadera fe.
Desde aquí sólo podemos constatarlo, explicar las condiciones en que se
produjeron, dar cuenta de las ideas dañinas que impregnaban la época.
Mirar hacia atrás con ojos de fiscal es un ejercicio vano,
aquellos hombres están muertos y la reparación es imposible, ¿cómo podríamos
resucitar a todos los vejados? Sin embargo el pasado es un espejo que nos
devuelve a nuestra época, es aquí donde debemos reparar las injusticias que por
nuestra causa se cometan, es aquí, con inteligencia y templanza, donde debemos
descubrir los males que se tienen por bienes, los prejuicios que nos ciegan, el
mal que causamos creyendo que contribuimos al bien del mundo, descubrir las
falsas ideas para anticipar sus efectos. En todo caso el libro se lee con
gusto, como si de una aventura se tratase, y con envidia de Javier Reverte, capaz
de hacer de sus viajes el objetivo de su vida y en ello encontrar el sustento.
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