jueves, 21 de octubre de 2021

El juego del calamar

 


He visto los 9 capítulos de El juego del calamar, lo que de por sí debería considerarse un mérito. Como en la mayor parte de los productos culturales lo más significativo no es el producto acabado sino la producción y su consumo. A duras penas puede considerarse un cuento. A un conjunto de personas que lo pasan mal en la vida, cargada de deudas, se le invita a participar en un juego de doble cara, el ganador se lleva una millonada, los perdedores mueren literalmente en el intento. El supuesto juego sucede en un lugar aislado y oculto a la vista del mundo. Los jugadores, si se les puede considerar así, son observados por potentados que hacen apuestas sobre el juego y se burlan de sus desgracias. Los jugadores hablan en su idioma, el coreano, los apostadores se comunican en inglés. El juego está ordenado por la competencia extrema: aunque está a la vista una gran esfera en la que se va depositando el dinero a medida que los jugadores van perdiendo la vida, los participantes no piensan tanto en el premio como en sobrevivir. De los cientos que participan, en seis sucesivas eliminaciones, solo sobrevivirá uno.


No sé si se puede considerar un cuento moral, como eran los cuentos de nuestra infancia: todos mueren y el que gana es un desgraciado; los apostadores cuando termina el juego vuelven a sus cosas. Cuando en las últimas aburridas escenas los guionistas intentan dar un sentido a lo que hemos visto solo se aprecian balbuceos. Que era un producto fabricado para consumir se ve en el éxito inmediato que ha tenido en todo el mundo. Las historias que tienen un efecto moral sobre los oyentes o lectores tardan en hacer efecto porque además de las emociones implican al raciocinio. El televidente es un consumidor voraz que desea emociones tan vivas y chocantes como fugaces. Además, sabe que todo es mentira, no tiene que padecer por muertes irreales, que además de ser coreanas, allá lejos, les falta la enjundia lentamente construida de la verosimilitud. Es decir, que puede ir a la cama y dormir tranquilo porque lo que ha visto no le implica personalmente, su conciencia está a salvo. Netflix.


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