viernes, 23 de mayo de 2014

Un hombre enamorado, de Karl Ove Knausgård



 No entro en un mundo nuevo al comenzar a leer a Karl Ove Knausgård, más bien es este escritor noruego quien me penetra y me hace mirar el mundo -“un gavilán posado en mi interior, que me miraba fijamente”-, no de un modo nuevo, sino como yo creía estar mirándolo, sin darme del todo cuenta, haciéndome consciente de que estaba en lo cierto y reafirmándome. Quizá sea algo propio de los grandes escritores y no una novedad. Es más, veo a este escritor como mi alma gemela, de hecho yo también he intentado hacer lo que él, describir exhaustivamente mi vida cotidiana. Durante medio año lo hice y el resultado está en un blog inaccesible, bloqueado; espero que no le dé a Google por borrarlo. No ha sido fácil, a pesar de que su escritura aparentemente lo sea, engañosamente fácil. Comienza con largas escenas con niños, conversaciones con niños, juegos con niños, carritos, parques infantiles, una largamente descrita fiesta de cumpleaños, padres alrededor -¡un libro sobre treintañeros con niños, pensé, qué horror!-, conversaciones impostadas, vacías y todo eso que en otra época me tocó vivir, de la que no guardo el mejor recuerdo, escenas de las que si puedo ahora huyo como de la peste. Durante páginas he creído que esta literatura no era para mí, además pensaba que debía haber algún error en alguna parte. La contraportada hablaba de una cosa y lo que leía de otra, pensé que la editorial había metido el texto de la tercera parte –pues con ese enunciado comienza este libro: Tercera parte- bajo el título de la segunda, en este enorme fresco autobiográfico que está construyendo Karl Ove Knausgård, pero no, resulta que el escritor escribe hacia atrás, invirtiendo la flecha del tiempo, magistralmente, por cierto. De su actual -29 de julio de 2008- estado de padre con dos niñas y un niño hacia atrás, al abandono de su primera esposa, Tonje, en Noruega y de ahí hacia el encuentro con Linda, la madre de sus dos hijas y el pequeño que acaba de nacer, en Estocolmo, la ciudad que se convierte en escenario. Una vez que se comprende el mecanismo ya no se puede dejar de leer, Knausgård está describiendo la vida en directo, nuestro tiempo desbrozado, limpio de hojarasca literaria, y consigue lo más difícil, sensación de veracidad. ¿Cuántos lo logran? Es exhaustivo en las descripciones de la vida cotidiana, la gente que se cruza, las conversaciones, lo que pasa por su cabeza y de vez en cuando, entre medias, pequeños ensayos sobre escritores o sobre los temas que le preocupan, que ayudan a entender qué pretende con este gigantesco libro. Así, dice sentirse a disgusto dentro del mundo de Dostoievski, al que sin embargo admira porque dota de vida a cada uno de sus personajes, como hace el propio Knausgård con los suyos, su tío Kjartan, por ejemplo, un comunista solitario a quien le dio por leer e Heidegger en alemán, y a Hölderlin, pero sobre todo porque persigue en cada lugar y momento el rastro del hombre. Llego a comprender lo que pretende cuando habla de la impresión que la lectura de un libro de un amigo suyo, Geir, le provocó:


“Igual que tantos otros de mi generación, yo había aprendido a pensar en abstracto, es decir, a adquirir conocimientos sobre diversas tendencias en distintas materias, a relatarlo de un modo más o menos crítico, preferentemente en relación con otras tendencias, y luego ser evaluado por ello, y a veces para mi propia comprensión, mi propio deseo de saber, sin que por eso el pensamiento abandonara lo abstracto, de tal manera que al fin y al cabo, lo de pensar fuera una actividad que se desarrollara entre fenómenos secundarios, el mundo tal y como aparecía en la filosofía, en la literatura en las ciencias, sociales, en la política, mientras que ese mundo que yo habitaba, en el que yo dormía, comía, hablaba, amaba, corría, ese mundo que olía, que sabía, que sonaba, en el que llovía y soplaba, que se notaba en la piel, era mantenido al margen, no se consideraba un tema de pensamiento… mientras pensaba en la realidad abstracta con el fin de entenderla, pensaba en la realidad concreta con el fin de manejarla. En la realidad abstracta podía crearme una identidad, una identidad de opiniones, en la realidad concreta yo era el que era, un cuerpo, una mirada, una voz. En ella radica toda independencia. Y también en el pensamiento libre”.

            Lo que intenta Knausgård es que en su escritura fluya la vida. La sección de su autobiografía en marcha –seis gruesos tomos- que abarca este libro trata del abandono de su anterior mujer y de su enamoramiento de Linda, esa poetisa que conoció en un curso de escritores en una ciudad sueca, que se gustaron pero nada más y que al cabo del tiempo, después de que Linda haya vivido una severa depresión, vuelven a encontrarse y a enamorarse, del nacimiento de sus tres hijos, de la vida familiar que ello implica, de su cuidado, de las discusiones de pareja y de todo lo demás que rodea e inunda una vida: cocinar, limpiar, comprar, cenas con amigos, viajes, paisajes, conversaciones y la vida de escritor: encontrar tiempo para escribir, entrevistas, editores, conferencias. El libro tiene una curiosa estructura: parte de un supuesto presente, el duro discurrir de la vida de familia y de escritor -peleas, angustia y cansancio con breves momentos de felicidad-, y va retrocediendo hacia el momento en que Karl Ove y Linda se enamoran y aún más atrás, en largas escenas de retroceso, y luego otra vez hacia delante para volver al presente desde el que se escribe, sin que se noten las cesuras temporales, como un continuo. La vida va fluyendo, contemplando y describiendo el paisaje, con algunas reflexiones sobre lo que sucede y sobre lo que se está escribiendo, sobre lo que se lee, sobre los allegados y los desconocidos, sobre el sentido que todo eso tiene, pero no hay exactamente introspección sino que el pensamiento como la vida o la contemplación también fluye de forma natural. No hay adjetivación o sólo la indispensable, huye de la retórica literaria, del artificio, define a las personas en el contexto, por un movimiento, formando parte del paisaje, más que recibiendo un foco directo sobre ellas. Por ejemplo: “Ingrid abrió la puerta y la entrada se llenó al instante de su presencia enérgica y febril”. Hay momentos en que parece apuntarse al objetivismo, con larguísimas escenas de la vida familiar con niños o del proceso de enamoramiento, pero también otras en las que el narrador y protagonista se comporta como un hombre romántico como cuando se corta la cara con un vidrio roto, después de que Linda, la primera vez que la ve, le diga que no le interesa, que le interesa otra persona, un amigo del propio Karl Ove, o como cuando viendo Espectros de Ibsen-Bergmann, afirma hacia donde quiere ir como escritor, aunque tarde cuarenta años en llegar, hacia el núcleo de la existencia humana, afirma.

            Pocas veces he podido identificarme tan plenamente con un escritor, leer este libro ha sido como cargar baterías, una incitación a no desaprovechar la vida, que es lo que hace todo el mundo, según su amigo Geir, desaprovecharla.

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