No entro en un mundo nuevo al comenzar a leer a Karl Ove
Knausgård, más bien es este escritor noruego quien me penetra y me hace mirar
el mundo -“un gavilán posado en mi interior, que me miraba fijamente”-, no de
un modo nuevo, sino como yo creía estar mirándolo, sin darme del todo cuenta,
haciéndome consciente de que estaba en lo cierto y reafirmándome. Quizá sea
algo propio de los grandes escritores y no una novedad. Es más, veo a este
escritor como mi alma gemela, de hecho yo también he intentado hacer lo que él,
describir exhaustivamente mi vida cotidiana. Durante medio año lo hice y el
resultado está en un blog inaccesible, bloqueado; espero que no le dé a Google
por borrarlo. No ha sido fácil, a pesar de que su escritura aparentemente lo
sea, engañosamente fácil. Comienza con largas escenas con niños, conversaciones
con niños, juegos con niños, carritos, parques infantiles, una largamente descrita
fiesta de cumpleaños, padres alrededor -¡un libro sobre treintañeros con niños,
pensé, qué horror!-, conversaciones impostadas, vacías y todo eso que en otra
época me tocó vivir, de la que no guardo el mejor recuerdo, escenas de las que
si puedo ahora huyo como de la peste. Durante páginas he creído que esta
literatura no era para mí, además pensaba que debía haber algún error en alguna
parte. La contraportada hablaba de una cosa y lo que leía de otra, pensé que la
editorial había metido el texto de la tercera parte –pues con ese enunciado
comienza este libro: Tercera parte- bajo el título de la segunda,
en este enorme fresco autobiográfico que está construyendo Karl Ove Knausgård,
pero no, resulta que el escritor escribe hacia atrás, invirtiendo la flecha del
tiempo, magistralmente, por cierto. De su actual -29 de julio de 2008- estado
de padre con dos niñas y un niño hacia atrás, al abandono de su primera esposa,
Tonje, en Noruega y de ahí hacia el encuentro con Linda, la madre de sus dos
hijas y el pequeño que acaba de nacer, en Estocolmo, la ciudad que se convierte
en escenario. Una vez que se comprende el mecanismo ya no se puede dejar de
leer, Knausgård está describiendo la vida en directo, nuestro tiempo
desbrozado, limpio de hojarasca literaria, y consigue lo más difícil, sensación
de veracidad. ¿Cuántos lo logran? Es exhaustivo en las descripciones de la vida
cotidiana, la gente que se cruza, las conversaciones, lo que pasa por su cabeza
y de vez en cuando, entre medias, pequeños ensayos sobre escritores o sobre los
temas que le preocupan, que ayudan a entender qué pretende con este gigantesco
libro. Así, dice sentirse a disgusto dentro del mundo de Dostoievski, al que
sin embargo admira porque dota de vida a cada uno de sus personajes, como hace
el propio Knausgård con los suyos, su tío Kjartan, por ejemplo, un comunista
solitario a quien le dio por leer e Heidegger en alemán, y a Hölderlin, pero
sobre todo porque persigue en cada lugar y momento el rastro del hombre. Llego
a comprender lo que pretende cuando habla de la impresión que la lectura de un
libro de un amigo suyo, Geir, le provocó:
“Igual que tantos otros de mi generación,
yo había aprendido a pensar en abstracto, es decir, a adquirir conocimientos
sobre diversas tendencias en distintas materias, a relatarlo de un modo más o
menos crítico, preferentemente en relación con otras tendencias, y luego ser
evaluado por ello, y a veces para mi propia comprensión, mi propio deseo de
saber, sin que por eso el pensamiento abandonara lo abstracto, de tal manera
que al fin y al cabo, lo de pensar fuera una actividad que se desarrollara
entre fenómenos secundarios, el mundo tal y como aparecía en la filosofía, en
la literatura en las ciencias, sociales, en la política, mientras que ese mundo
que yo habitaba, en el que yo dormía, comía, hablaba, amaba, corría, ese mundo
que olía, que sabía, que sonaba, en el que llovía y soplaba, que se notaba en
la piel, era mantenido al margen, no se consideraba un tema de pensamiento…
mientras pensaba en la realidad abstracta con el fin de entenderla, pensaba en
la realidad concreta con el fin de manejarla. En la realidad abstracta podía
crearme una identidad, una identidad de opiniones, en la realidad concreta yo
era el que era, un cuerpo, una mirada, una voz. En ella radica toda
independencia. Y también en el pensamiento libre”.
Lo que intenta Knausgård es que en su escritura fluya la vida. La sección de su
autobiografía en marcha –seis gruesos tomos- que abarca este libro trata del
abandono de su anterior mujer y de su enamoramiento de Linda, esa poetisa que
conoció en un curso de escritores en una ciudad sueca, que se gustaron pero
nada más y que al cabo del tiempo, después de que Linda haya vivido una severa
depresión, vuelven a encontrarse y a enamorarse, del nacimiento de sus tres
hijos, de la vida familiar que ello implica, de su cuidado, de las discusiones
de pareja y de todo lo demás que rodea e inunda una vida: cocinar, limpiar,
comprar, cenas con amigos, viajes, paisajes, conversaciones y la vida de
escritor: encontrar tiempo para escribir, entrevistas, editores, conferencias.
El libro tiene una curiosa estructura: parte de un supuesto presente, el duro
discurrir de la vida de familia y de escritor -peleas, angustia y cansancio con
breves momentos de felicidad-, y va retrocediendo hacia el momento en que Karl
Ove y Linda se enamoran y aún más atrás, en largas escenas de retroceso, y
luego otra vez hacia delante para volver al presente desde el que se escribe,
sin que se noten las cesuras temporales, como un continuo. La vida va fluyendo,
contemplando y describiendo el paisaje, con algunas reflexiones sobre lo que
sucede y sobre lo que se está escribiendo, sobre lo que se lee, sobre los
allegados y los desconocidos, sobre el sentido que todo eso tiene, pero no hay
exactamente introspección sino que el pensamiento como la vida o la
contemplación también fluye de forma natural. No hay adjetivación o sólo la
indispensable, huye de la retórica literaria, del artificio, define a las
personas en el contexto, por un movimiento, formando parte del paisaje, más que
recibiendo un foco directo sobre ellas. Por ejemplo: “Ingrid abrió la puerta y
la entrada se llenó al instante de su presencia enérgica y febril”. Hay
momentos en que parece apuntarse al objetivismo, con larguísimas escenas de la
vida familiar con niños o del proceso de enamoramiento, pero también otras en
las que el narrador y protagonista se comporta como un hombre romántico como
cuando se corta la cara con un vidrio roto, después de que Linda, la primera
vez que la ve, le diga que no le interesa, que le interesa otra persona, un
amigo del propio Karl Ove, o como cuando viendo Espectros de Ibsen-Bergmann, afirma hacia donde
quiere ir como escritor, aunque tarde cuarenta años en llegar, hacia el núcleo
de la existencia humana, afirma.
Pocas veces he podido identificarme tan plenamente con un escritor, leer este
libro ha sido como cargar baterías, una incitación a no desaprovechar la vida,
que es lo que hace todo el mundo, según su amigo Geir, desaprovecharla.
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