sábado, 23 de junio de 2007

Sobre la verdad

Cuando un amigo nos defrauda, o cuando una persona a la que amamos nos es infiel tras habernos hecho promesa de fidelidad, se produce una crisis en nuestra razón. Dudamos de nosotros mismos por haber puesto nuestra confianza en aquella persona. Avizoramos el componente irracional de nuestra estructura mental, pues no supimos ver a tiempo el riesgo de confiar en ella. Ese elemento de locura, es decir de irracionalidad, es el que nos hace entrar en crisis. Este es uno de los ejemplos que pone Harry S. Frankfurt en su Sobre la verdad, para hacernos reparar en la importancia que la verdad en sí misma tiene para nuestra propia vida. Si vivimos engañados o aceptamos la mentira queda dañada nuestra concepción de la realidad. Enloquecemos, puesto que nuestro cerebro está ocupado por ficciones o fantasías o ilusiones, las que el mentiroso nos ha inculcado o las que hemos decidido aceptar libremente. La mentira nos expulsa del mundo de la experiencia común. Dice la poetisa Adrienne Rich (mencionada por Frankfurt) que “el mentiroso lleva una existencia de indescriptible soledad” y el engañado, cuando descubre que le han mentido en una relación, se siente terriblemente despreciado. Sin embargo, hay quien conscientemente decide vivir con la mentira, al menos en una parte de su vida mental, mientras en el resto se comporta de forma racional. Por ejemplo, el médico o el arquitecto que se dice creyente o el catedrático que se dice afecto a una nación o a una secta, cada uno encajando ese elemento de irracionalidad en un contexto de necesaria racionalidad.

La verdad no sólo tiene una importancia práctica, como la verdad instrumental del ingeniero que tiene que calcular la medida precisa de la resistencia y la elasticidad de los materiales, pues ha de ser fiable la medida para construir el puente que planea o del médico que ha de saber el contenido exacto de leucocitos en sangre para prescribir la terapia adecuada, sino que la verdad tiene un sentido e importancia más general como base de la curiosidad por los hechos de la realidad, pues eso impulsa la investigación, pero también porque aprendemos a conocer nuestras limitaciones, las lindes de nuestra personalidad, porque de ese modo nos reconocernos como seres singulares, distintos de los demás.

Por eso es inconcebible que haya quien mantenga que afirmar de algo que es verdadero o falso sea indiferente o inútil, como hacen, o hicieron, los posmodernos cuando negaban que la verdad respondiese a algún tipo de realidad objetiva (“la verdad está en función del punto de vista individual o bien determinada por la presión social”). Sin embargo, la práctica cotidiana de los mencionados profesionales o de otros, incluso de escritores y artistas o de hombres comunes, está llena de ejemplos en los que para estar bien informados y para tomar decisiones, simplemente para hacer las cosas bien, es necesario explicar los hechos con claridad y precisión. Muchas veces se antepone, dice Harry Frankfurt, el “ser fiel a uno mismo” a “ser fiel a los hechos”, semejante actitud es antitética con una vida social decente y ordenada. Las relaciones sociales son eficientes si hay confianza, es decir, si nos fiamos los unos de los otros, si lo que transmitimos es verdadero. A cada hecho corresponde un enunciado que lo describe. ¿Cómo podríamos progresar sin información fiable sobre los hechos? Las cosas son lo que son independientemente de nosotros, es más, si no aceptamos la distinción entre verdadero y falso, dice el autor siguiendo a Spinoza, carece de sentido la racionalidad.

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