martes, 20 de octubre de 2020

Ese mi vecino

 


Nuestro modo de ver está cambiando aceleradamente. Nuestra mente va más rápido que la realidad que nos enturbia, digamos que cuerpo y mente se están descompasando. La vida del cuerpo se ve afectada por el covid-19, sus movimientos se ven restringidos: no podemos viajar, el mundo se nos achica, el país se recluye, el principal escenario es el hogar. Por contra, amplificando una tendencia que venía de atrás, el mundo de la mente se digitaliza a marchas forzadas, miramos imágenes más que textos, textos encuadrados en formato pantalla más que largos desarrollos en párrafos que exigen páginas y páginas que se despliegan en capítulos y libros enteros. No miramos el mundo que se presenta ante nuestros ojos, el mundo al alcance de la mano, táctil y perfumado, rugoso y bronco, sino lo que se nos ofrece como mundo real aunque sea pura imaginación, sin aristas, cerrado, sin posibilidad de ser modificado. Haz la prueba, sal, camina, mira los esqueletos articulados que caminan como tú, entra en una tienda, ¿es real quien te atiende o es un asistente?


Si habíamos dejado de ser productores, ajenos al huerto donde se riegan tomates o se hunden estacas que guían vainas, si en la cadena de montaje ya no éramos más que verificadores del buen trabajo de la máquina para ser consumidores de productos acabados, cortados, empaquetados, a diez minutos de ponerlos en el plato, ahora ni siquiera. Piezas de un engranaje que se nos escapa. No hace falta que salgas de casa, teclea o pídelo con la voz y serás servido, abre la boca y siéntate en la taza del váter: ese es el proceso del organismo llamado hombre, una pieza más de la gran cadena, ni siquiera la última. Cosa, número de una serie: compra esto, ve lo que te ofrezco, pasa la tarjeta. No te esfuerces, mira en el terminal las notificaciones que llegan y desaparecen, mueve el dedo para que aparezca la siguiente, afírmate en una de las dos opciones disponibles, a favor o en contra, puedes hacerlo sañudamente o de modo templado. Ve con todos los demás, el gran rebaño de los congregantes, a partir de una hora de la tarde enciérrate en casa con la multiplicidad de historias que te entretienen, aunque todas se resuman en una, tan cercanas, al alcance de una pulsación, pero intocables, vaporosas, inasibles como el humo de la chimenea, ese humo que es lo único que veo ahora de la casa de enfrente, ¿quién la habita?


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