lunes, 19 de octubre de 2020

El juicio de los 7 de Chicago

 


Se hace me extraño ver una película de los setenta en la pantalla de la sala de estar. Hubo una época en que las películas de tribunales estuvieron de moda. En ellas se dilucidaban cuestiones morales, la justicia establecía la norma, se pronunciaban palabras mayores, había una voluntad de fijar la verdad. Éramos jóvenes, buscábamos claridad: la guerra de Viernam, Nixon, los hippies, la nueva izquierda, Woodstock, Manson y Sharon Tate. Hay una nostalgia de aquella época, novelas, películas, series nos la recuerdan, señal de que nos hacemos viejos y el mundo actual no nos atrapa, no nos reconocemos en los que ahora tienen la edad que nosotros teníamos entonces. Recuerdo vagamente los nombres y los hechos, me suenan McGovern, Abbie Hoffman, Tom Hayden, los panteras negras, los disturbios de Chicago, la convención demócrata. El juicio de los siete de Chicago tuvo lugar en 1969. Es una película política que pone frente a frente a los que estaban en el lado correcto de la historia y a los que representaban el pasado. Aunque ya no lo ve como entonces mi mirada escéptica y me niego a hacer un ejercicio de comparación entre entonces y ahora: Nixon/Trump; la nueva izquierda/el populismo.


La película es entretenida y aunque es larga no despego los ojos de la pantalla. La impresión de estar viendo un documental sobre la filmografía de Sidney Pollack o Sidney Lumet con Paul Newman no me abandona. De ahí deriva la sensación de irrealidad, como si un túnel del tiempo me devolviese al pasado, a un tiempo donde la conversación, las réplicas, la justicia con valor de verdad tuviese sentido por encima de la velocidad de las imágenes, del montaje sincopado y de los decorados brillantes del mundo irreal de las series actuales. Para nostálgicos deprimidos, en Netflix, tras haber estado unos días en los cines.


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