Apostaste
un día, gracias
a tu cultura libresca y a tu sensibilidad juvenil, no
recuerdas cómo fue, son
cosas que no suceden de un día para otro, es
un proceso, por
los principios de la ilustración, creíste que solo un lado del
espectro político, un
movimiento, un partido,
podía lograrlos, defenderlos,
a
la adhesión racional sucedió la emocional, un nosotros que fue
ganando fuerza contra
las injusticias, contra la opresión,
y
de ahí fuiste deduciendo que si
nuestro grupo es quien atiende a los pobres y ofrece en su programa
etapas hacia la liberación, de hecho estaba en primera línea contra
Franco y enfrente tenía a los empresarios que obstaculizaban cualquier
mejora, entonces los
del
grupo de enfrente eran,
son herederos de Franco y enemigos del progreso, y
además corruptos, así
que fue fácil dar el paso de considerarlos adversarios políticos
a
tenerlos
por enemigos,
cualquier cosa que propongan ha
de ser, por lógica,
reaccionaria,
al contrario que nuestras
proposiciones que al estar guiadas por el bien nunca puede haber
en
ellas doblez, mala intención o interés particular,
poco a poco la lógica racional de
fondo que
sustentaba tus creencias fue sustituida por espasmos emocionales,
aceptaste en la cartelería que se les presentase como demonios
ensotanados
que
volverían si se les votaba o como
los sujetos del mismo mal desatado en los Balcanes, aceptaste
la lógica del enemigo,
enredado en la política menuda de partido, los cambios de opinión,
los
pactos extravagantes, las
crudas contradicciones de los líderes no te alteraron, diste por
bueno que para conseguir el poder, para
alcanzar el gran designio, que se fue borrando, sin
embargo, diluido
en la nebulosa del bien, de contornos cada vez más imprecisos,
era necesario tragar algunas cosas amargas, la
propia corrupción, el nepotismo de nuestros líderes, sus
inconsecuencias, y que
lo que antes se tenía
por impensable,
aliarse con los que habían dado un golpe de estado, a
los que señalábamos como etnonacionalistas,
o hasta
con los herederos de quienes
habían matado, incluso con
los que habían asesinado a
militantes de nuestro propio partido, tuviste que forzar la lógica,
admitir razonamientos extraños, como el que sostenía que todos
ellos eran partidos legalizados, formaban parte del parlamento y
demás cosas
que antes, en otro momento, te habrían revuelto las tripas,
y por tanto, ahora,
era admisible aliarse con ellos, al principio como mera táctica
circunstancial para
llegar al poder,
luego con pactos más serios que exigían concesiones que habíamos
prometido no hacer,
de modo que al final te encontraste que aquel
razonamiento que habías hecho al principio de tu vida política, por
el que te adherirte a la libertad y la igualdad, siempre
con el bien de fondo,
ahora se hacía superfluo, contradicho por la práctica política, en
realidad como mero servicio a la ambición de una única persona,
cuando había otras posibilidades no contempladas para llegar al
poder, que no se quisieron explorar, otros
pactos y alianzas con los que preservar esos principios, e incluso
afianzarlos y extenderlos, pero envuelto en la nebulosa de las
emociones, restringida tu capacidad de pensar libremente, alimentado
por una densa red de relaciones, de
amigos, de compañeros, de afines,
que te une a líderes de opinión que admiras, en los que confías,
te ves incapaz de liberarte de esos lazos, de recuperar tu autonomía,
de experimentar en ti
lo que pensaste que era un objetivo necesario, urgente por el que
merecía la
pena luchar,
por el que merecía militar en un partido o al menos darle un apoyo
incondicional. Incondicional.
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