martes, 21 de enero de 2020

El silencio



no sabemos si alguna vez existió el silencio en la naturaleza, antes de que hubiese algo o después de que algo dejase de ser. El silencio nos acompaña adjetivado, es una categoría asociada a lo humano, lo intuimos como ese leve, tímido reflejo del sol que ahora vemos a través de la ventana, en esta mañana fría y ventosa, pespunteada de copos, abrazándose como bufanda a una nube que amarilla florece entre negras compañeras que vuelan hacia el suroeste,

no se muestra sino acompañando, aliviando el ensordecedor ruido, fiel amigo del caminante, tocando con su ala el afecto que mostramos o nos muestran los que queremos, al halo que añadimos a los objetos que contemplamos, guiando a la mente cuando medita, trazando la vía por la que vienen o van las ideas que esperamos. El silencio absoluto nos constituye, es propio del hombre, porque solo nosotros tenemos conciencia de su existencia que es la némesis de la nuestra, antes de ser había silencio y en el no ser lo volverá a haber, el terrible silencio que nos negará, aunque no es más, no puede ser más que un eco de la idea que de él tenemos, sin consistencia fuera del pensamiento. El silencio nos vivifica porque de él nace nuestro ser auténtico, cuando pugnamos porque aparezca, afirmando nuestra singularidad, y el silencio vuelve cuando nos apagamos hasta hacerse absoluto cuando nos disolvemos en nada,




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