lunes, 20 de enero de 2020

El motín de la naturaleza, de Philpp Blom



No sé si el libro responde bien al título, incluso si se le añade el subtítulo de la traducción española, Historia de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), así como del surgimiento del mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de nuestros días, que en el alemán original, Die Welt aus den Angeln, es más escueto, creo que no. Es más bien un ensayo sobre la evolución de las ideas en el siglo XVII. El autor, con cautelas, parece querer establecer una relación entre el cambio climático en ese siglo, con una media de dos grados inferiores a la media, en lo que se ha dado en llamar la Pequeña Edad de Hielo, con las ideas de los filósofos y científicos de la época que transformaron el mundo hasta darle la apariencia que tiene en la actualidad. Pero no trabaja demasiado la hipótesis, ni se detiene en qué consistió esa variación climática. Philipp Blom usa el método vistoso a que nos ha acostumbrado: hurga en documentos de época, diarios, impresos, libelos y en biografías de hombres que tuvieron alguna valía, para ofrecernos una visión general de época, un método inductivo del que saca conclusiones generales. No es por tanto un estricto libro de historia, sino un ensayo más general, no tan riguroso.

La Pequeña edad de Hielo iría del 1570 al 1680, aunque hay estudiosos que amplían bastante más el arco temporal. La idea es que las catástrofes climáticas, que se cebaron como es de suponer en los más débiles, pero también en el propio sistema económico posmedieval, rígido, lleno de regulaciones, y con valores como el honor y la dignidad, del que dependía la nobleza dominante, benefició a la burguesía con otras perspectivas como el interés personal y el beneficio. Las ciudades, los países y los agentes económicos que supieron ver las nuevas oportunidades en el comercio y el mercado frente a la agricultura triunfaron y adelantaron al resto. La burguesía de Amsterdam, Holanda e Inglaterra frente a la nobleza castellana, el norte de Europa protestante frente al sur católico. No es una tesis nueva, Philipp Blom la viste con muchos ejemplos y anécdotas que hacen la lectura atractiva. Así va recorriendo la vida, ideas y proyectos del botánico Clusius que experimenta en su jardín de Leiden con plantas de otros continentes, haciendo de la naturaleza un objeto de estudio, o repasa la vida del polígrafo Pierre Bayle que afirma que una república de ateos no sería menos moral que la teocracia cristiana, o del pulidor de lentes Spinoza para quien las leyes morales son naturales, poniendo la trascendencia en la propia naturaleza no en algo exterior a ella, un tremendo salto del pensamiento, en fin, de los filósofos Descartes, Locke y Voltaire que dan más crédito a la razón que a la fe, ensanchando los límites que sus comunidades les imponían, y hasta Mandeville que ya entonces afirmaba que el mundo rodaba gracias a la suma de los egoísmos particulares. Poco a poco se va abriendo paso la idea de la igualdad de derechos de todos los hombres, no sin contradicciones. Locke era inversor y administrador de plantaciones en la Carolina esclavista y Voltaire tenían negocios en los que la trata de esclavos estaba presente. Voltaire escribía:

Para el servicio doméstico solo compramos negros; nos reprochan este comercio. Un pueblo que trafica con sus hijos es más condenable que quien se los compra. Este comercio demuestra nuestra superioridad; el que acepta un amo ha nacido para tenerlo”.
Veo hombres que a mí me parecen muy superiores a los negros, igual que los negros comparados con los simios y los simios con las ostras...”.

Es justo señalar que la retórica de los derechos humanos se contradecía con la complicidad de los filósofos con la opresión que los beneficiaba, que su defensa de la libertad era limitada, que invertían en el comercio de ultramar que obtenía sus beneficios de las plantaciones esclavistas, que Voltaire vivía en un lujoso castillo y era un prestamista de la nobleza a la que zahería. “Locke como filósofo, era un hombre de principios; como administrador de la realeza, no apartaba la vista del balance final”. El progreso humano no se ha hecho sin injusticias y sin contradicciones. Esas contradicciones entre los principios y la práctica ha estado presente en todas las etapas de la historia, pero proclamar los derechos, extender la idea de libertad e igualdad a todos los hombres, a algunos les costó la vida y ayudó a avanzar a la humanidad. De hecho, como señala Blom, las ideas de esos hijos de la clase media fueron cada vez más influyentes, la racionalidad cobró prestigio frente a la fe ciega, la igualdad frente a la jerarquía rígida, los derechos individuales frente a los lazos colectivos, el conocimiento frente a la ignorancia, los logros por encima de la cuna. “Junto a la creciente importancia de los mercados y su confianza en la tolerancia pragmática y el imperio de la ley, el nuevo estilo de vida urbano se condensó en un paisaje de ideas que más tarde se llamó ilustración”.


Philipp Blom cree que el XVII acabó con la idea de la naturaleza como universo moral cuyo centro ocupaba el cristianismo y alumbró el sueño liberal de los derechos frente al sueño autoritario que bajo sus diferentes máscaras aun sigue activo, porque el hombre, tras la pérdida del orden religioso, tenía necesidad de una nueva trascendencia. Al alzar como bandera la patria o el progreso, el weltgeist o la providencia, el paraíso de los trabajadores, la raza superior o el mercado perfecto no estamos describiendo hechos y analizando sino proclamando una fe, un principio ordenador del mundo que de sentido a nuestras acciones. Es decir, medio mundo sigue ciego.



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