No
sé si el libro responde bien al título, incluso si se le añade el
subtítulo de la traducción española, Historia
de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), así como del surgimiento
del mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de
nuestros días,
que en el alemán original, Die
Welt aus den Angeln,
es más escueto, creo que no. Es
más bien un ensayo sobre la evolución de las ideas en el siglo
XVII. El autor, con cautelas, parece querer establecer una relación
entre el cambio climático en ese siglo, con una media de dos grados
inferiores a la
media,
en lo que se ha dado en llamar la Pequeña Edad de Hielo, con las
ideas de los filósofos y científicos de la época que transformaron
el mundo hasta darle la apariencia que tiene en la actualidad. Pero
no
trabaja demasiado la
hipótesis, ni se detiene en qué
consistió
esa variación climática. Philipp Blom usa el método vistoso
a
que nos ha
acostumbrado:
hurga en documentos de época, diarios, impresos, libelos y
en biografías de hombres que tuvieron alguna valía,
para
ofrecernos
una visión
general
de época, un método inductivo del que saca conclusiones generales.
No es por tanto un estricto
libro
de historia, sino un ensayo más
general, no tan riguroso.
La
Pequeña edad de Hielo iría del 1570 al 1680, aunque hay estudiosos
que amplían bastante más el
arco temporal. La idea es que las catástrofes climáticas, que se
cebaron como es de suponer en los más débiles, pero también en el
propio sistema económico posmedieval, rígido, lleno de
regulaciones, y con valores como el honor y la dignidad, del que
dependía la nobleza dominante, benefició a la burguesía con otras
perspectivas
como el
interés personal y el beneficio. Las ciudades, los
países
y los agentes económicos que supieron ver las nuevas oportunidades
en
el comercio y el mercado frente a la agricultura triunfaron y
adelantaron al resto. La burguesía de Amsterdam, Holanda e
Inglaterra frente a la nobleza castellana, el norte de Europa
protestante frente al sur católico. No es una tesis nueva, Philipp
Blom la viste con muchos ejemplos y anécdotas que hacen la lectura
atractiva. Así va recorriendo la vida, ideas y proyectos del
botánico Clusius que experimenta
en su jardín de Leiden con plantas de otros continentes, haciendo
de
la naturaleza un
objeto de estudio, o
repasa la vida del polígrafo Pierre Bayle
que
afirma
que una república
de ateos no sería menos moral que
la teocracia cristiana,
o
del
pulidor de lentes Spinoza
para
quien
las leyes morales son naturales, poniendo la trascendencia en la
propia naturaleza no en algo exterior a ella, un tremendo salto del pensamiento, en fin, de
los filósofos Descartes,
Locke y Voltaire que
dan
más crédito a la razón que
a la fe, ensanchando
los límites que sus comunidades les imponían,
y
hasta Mandeville que
ya entonces
afirmaba
que
el mundo rodaba
gracias a la suma de los
egoísmos
particulares.
Poco
a poco se va abriendo paso la idea de la igualdad de derechos de
todos los hombres, no sin contradicciones. Locke
era
inversor
y administrador
de plantaciones en la
Carolina
esclavista
y
Voltaire tenían negocios en los que la trata de esclavos estaba
presente. Voltaire
escribía:
“Para el servicio doméstico solo compramos negros; nos reprochan este comercio. Un pueblo que trafica con sus hijos es más condenable que quien se los compra. Este comercio demuestra nuestra superioridad; el que acepta un amo ha nacido para tenerlo”.
“Veo hombres que a mí me parecen muy superiores a los negros, igual que los negros comparados con los simios y los simios con las ostras...”.
Es
justo señalar que la retórica de los derechos humanos se
contradecía con la
complicidad de
los filósofos con
la opresión que los
beneficiaba, que
su defensa de la libertad era limitada, que invertían en el comercio
de ultramar que obtenía sus beneficios de las plantaciones
esclavistas, que Voltaire vivía en un lujoso castillo y era un
prestamista de la nobleza a la que zahería. “Locke
como filósofo, era un hombre de principios; como administrador de la
realeza, no apartaba la vista del balance final”. El
progreso humano no se ha hecho sin injusticias y sin contradicciones.
Esas
contradicciones entre los principios y la práctica ha estado
presente en todas las etapas de la historia, pero proclamar los
derechos, extender la idea de libertad e igualdad a todos los
hombres, a algunos les costó la vida y ayudó a avanzar a la
humanidad. De
hecho, como señala Blom, las ideas de esos hijos de la clase media
fueron cada vez más influyentes, la racionalidad cobró prestigio
frente a la fe ciega, la igualdad frente a la jerarquía rígida, los
derechos individuales frente a los lazos colectivos, el conocimiento
frente a la ignorancia, los logros por encima de la cuna. “Junto a
la creciente importancia de los mercados y su confianza en la
tolerancia pragmática y el imperio de la ley, el nuevo estilo de
vida urbano se condensó en un paisaje de ideas que más tarde se
llamó ilustración”.
Philipp
Blom cree que el XVII acabó
con la idea de la naturaleza como universo moral cuyo centro ocupaba
el cristianismo y
alumbró el sueño liberal de los derechos frente al sueño
autoritario que bajo sus diferentes
máscaras aun sigue
activo, porque
el hombre, tras
la pérdida del orden religioso,
tenía
necesidad de una nueva trascendencia. Al alzar como bandera la
patria o
el
progreso,
el
weltgeist
o
la providencia,
el paraíso de los trabajadores, la raza superior o el mercado
perfecto no
estamos describiendo hechos y analizando sino proclamando una fe, un
principio ordenador del mundo que de sentido a nuestras acciones. Es decir, medio mundo sigue ciego.
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