domingo, 19 de enero de 2020

Border y The Lighthouse



Raros, extraños, exóticos, extravagantes. El mundo está lleno. Los sentimos como una amenaza o como una fuente de diversión, de risotada, nos apartamos o les palmeamos la espalda. ¿Pero acaso no somos también nosotros raros para la mirada de otros? Border, película sueca, sale en las listas de memorables del 2019, dos raros. The Lighthouse, americana, también en las listas de premiadas, otros dos raros. En la primera, la extrañeza surge de la biología, una alteración cromosómica que hace diferentes a quienes la padecen. En la segunda, la rareza viene de la personalidad, alterada por el paisaje, el aislamiento, la amenaza del mar. La primera no desdeña la luz y el color, la segunda se viste de blanco y negro y adopta un formato de 35 mm. Una Suecia actual, entre interiores difuminados y bosque verde frente a un faro en una isla desolada, a finales del XIX, contra la que el mar puede reventar en cualquier momento. 


En la primera asoma la culpabilidad del hombre blanco, sus experimentos eugenésicos. en la segunda los dos protagonistas que durante unas semanas han de encargarse del faro se autodestruyen. Los dos protagonistas de Border resultan ser hermafroditas, la pantalla nos muestra un acto de acoplamiento sexual entre los dos, pero ante la normalidad uno se siente excluido y actúa, a lo Joker, en consecuencia, guerra al hombre blanco, el otro u otra es comprensivo, bondadoso, acepta su lugar en el cosmos. La segunda es esteticista, cinematográfica al modo antiguo: negros paisajes, espíritus turbulentos, fotografía, música, interpretación, autoral. La primera es moral, comportamiento, causas, porqués, social. En ambas, la amplitud mental es mínima, ideas sin desarrollar, prejuicios estéticos o morales. Ahí mueren las dos. Identidad en la primera, romanticismo en la segunda, góticas las dos.

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