Raros,
extraños, exóticos, extravagantes. El mundo está lleno. Los
sentimos como una amenaza o
como una fuente de diversión, de risotada, nos apartamos o les
palmeamos la espalda. ¿Pero acaso no somos también nosotros raros
para la
mirada de otros?
Border,
película sueca, sale en las listas de
memorables del
2019, dos raros. The
Lighthouse,
americana, también en las listas de premiadas, otros dos raros. En
la primera, la extrañeza surge de la biología, una alteración
cromosómica que hace diferentes a quienes
la padecen.
En la segunda, la rareza viene de la personalidad, alterada por el
paisaje, el aislamiento, la amenaza del mar. La primera no desdeña
la luz y el color, la segunda se viste de blanco y negro y adopta un
formato de 35 mm. Una Suecia actual,
entre
interiores
difuminados y bosque verde frente a un faro en una isla desolada, a
finales del XIX, contra la que el mar puede reventar en cualquier
momento.
En la primera asoma la culpabilidad del hombre blanco, sus
experimentos eugenésicos. en la segunda los dos protagonistas que
durante unas semanas han de encargarse del faro se autodestruyen.
Los dos protagonistas de Border
resultan ser hermafroditas, la pantalla nos muestra un acto de
acoplamiento sexual entre los dos, pero ante la normalidad uno se
siente excluido y actúa, a lo Joker,
en consecuencia, guerra al hombre blanco, el otro u otra es
comprensivo, bondadoso, acepta su lugar en el cosmos. La segunda es
esteticista, cinematográfica al modo antiguo: negros paisajes,
espíritus turbulentos, fotografía, música, interpretación,
autoral.
La primera
es moral, comportamiento, causas, porqués, social.
En
ambas, la amplitud mental
es
mínima, ideas sin desarrollar, prejuicios estéticos o morales. Ahí
mueren las dos. Identidad en la primera, romanticismo en la segunda,
góticas las dos.
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